Nos veo barriendo los escombros, pintando las paredes, curando los corazones

Por Laura Trujillo
-Ay, pero qué lindo acento que tenés, ¿de dónde sos?
-De Colombia…
-¡¿De Colombia?!, ay qué lindo yo fui a Cartagena/ mi cuñada es colombiana/ siempre quise ir a San Andrés/ la tía de la prima de una amiga pasó por Bogotá…
No es por alardear, pero sí: vengo de un país hermoso. Bañado por dos mares, atravesado por la más andina de todas las cordilleras, con desiertos, con montañas, con las aguas más cristalinas y las selvas más frondosas. Con la gente más amorosa, en donde todos somos “vecinos”, así no nos conozcamos. Con la comida más rica y la música más alegre. Con la mezcla más hermosa de herencias y culturas. Pero eso no es lo más lindo que tiene mi país…
Hace casi diez años que vivo afuera de Colombia. Me fui por algunas de las razones por las que están protestando mis compatriotas en este momento, por una mejor educación, por una mejor salud, por mejores perspectivas laborales, básicamente para tener una “mejor vida”. Aunque, la verdad, hoy en día hablar de una “mejor vida” es casi un privilegio, porque nos están matando.
Probablemente has escuchado hablar de Colombia en estos días, y no por sus playas, ni por su café, ni por Pablo Escobar, sino por el estallido social más grande en los últimos años. Y no es solo por la reforma tributaria a las clases bajas y medias (¡en medio de una pandemia!), ni por la reforma a la salud (¡¡en medio de una pandemia!!), ni por la extrema pobreza, ni el títere que tenemos de presidente… Sino por cansancio. Porque los colombianos se rehúsan a seguir viviendo en un país que no conoce la paz.
Y digo que no la conoce, porque la mayor parte de los manifestantes seguramente nacieron a partir de la década de los 80s, época turbia en América Latina, pero especialmente en Colombia. Las mafias y las guerrillas estaban en su punto máximo, sumado al gobierno que llevaba adelante su propia guerra. Eran todos contra todos. Durante esta época era “normal” ir caminando por la calle y en dos segundos verte en medio de una escena casi marciana rodeado de tierra y cráteres a causa de, por ejemplo, un auto bomba. O que tu compañero de escuela o de facultad tal vez un día no regresara más. O que fueran cayendo, como fichas, los únicos valientes que eran capaces de denunciar a las mafias que empezaban a escabullirse dentro del gobierno.
Mi resumen no le hace justicia al caudal de sangre que se vió en Colombia por esos años, pero el punto es que nosotros nacimos en un mundo, en una Colombia, en donde esto era normal. Pasaron muchos años hasta que me di cuenta que no, que no era normal que a dos cuadras de mi colegio hubiera explotado una bomba. Que no era normal que hubieran matado a alguien solo porque iba caminando cerca (o incluso dentro) de una manifestación. Que no era normal que la policía asesinara a un chico que hacía un graffiti en un puente o a una mamá que había pasado sin detenerse un control de tránsito. Que no era normal que masacraran a pueblos enteros. Que no era normal que los maestros recibieran cartas que decían que los iban a matar porque les decían a los chicos que no, que no era su culpa ser pobres y que su único destino no tenía que ser el delito o la droga. Que no, que no era normal que a los muchachos les vinieran a ofrecer trabajo y luego aparecieran muertos vestidos de guerrilleros, con dos botas izquierdas o balazos bajo el uniforme… No era normal… No es normal.
Entiendo que nuestros padres y nuestros abuelos mantuvieron el silencio mucho tiempo, porque el que se atrevió a hablar fue asesinado, torturado, desaparecido. Pero ahora, las generaciones de las que les hablo ya no tienen miedo y paradójicamente su principal fuente de valentía es que sienten que ya no hay nada más que perder. Es más, los manifestantes tratan de cuidarse del Covid, pero es algo que pasó a segundo plano, porque a pesar de que han muerto miles por la pandemia, ellos le temen más al gobierno que al virus.
Durante el gobierno de Iván Duque, no es la primera vez que la población colombiana alza la voz, tal vez recordarás el 2019 cuando casi en simultáneo Chile y Colombia se levantaron para exigir el fin de las dictaduras disfrazadas de democracias. Las exigencias en ese noviembre fueron casi las mismas, pero en especial que cesara el gobierno títere de Iván Duque en Colombia. Se le dice títere porque es de público conocimiento que quien está detrás de las decisiones en colombia es el asesino narcotraficante (¡ah! y también senador y expresidente) Álvaro Uribe Vélez. La historia de Uribe es más turbia que la historia de los más oscuros sociópatas, pero no vamos a ahondar en eso ahora. El caso es que este dictador se ha encargado de poner en el trono a quién pueda mantener sus intereses (y los de la mafia y los de los EE.UU y los de las grandes corporaciones) en vigor, algunos le han funcionado, otros no tanto… Para hacerla corta, viste que cuando uno tiene varicela siempre hay un granito que es como el padre de todos los granitos, bueno Uribe es el forúnculo más grande de la historia de Colombia.
Muchos en este momento podrán preguntarse, “pero, ¿Colombia no firmó la paz o algo así hace unos años?” Y sí... pero no. Porque la principal promesa de campaña de Duque fue justamente no cumplirlos y así se encargaron de plagar de mentiras y tergiversar los acuerdos para venderle a un pueblo al que le han negado la educación por décadas que si ganaba la paz iba a “ganar el comunismo castrochavista que va a convertir a los niños en maricas”, parece broma, pero fue así.
Como comentaba, dejé mi país a los 17 años y no he sido la única, de hecho somos miles los que hemos dejado el que muchos llaman “país más feliz del mundo” (spoiler: no lo es). Desde alrededor del mundo, hemos tenido que ser espectadores lejanos de lo que pasa en nuestra Colombia… Muchos tuvimos que ver como ganaba el “No” en el plebiscito por la paz (para aprobar los acuerdos de paz de La Habana). Muchos tuvimos que ver como ganaba las elecciones, una vez más, el títere de Uribe. Como seguían vendiendo nuestra agua, nuestras tierras, nuestra vida. Como seguían matando, desapareciendo, torturando, mintiendo, diciendo que los vándalos eran los jóvenes.
Tener que vivir así, en la distancia, duele mucho, es como un duelo constante, un luto que no termina. Yo estoy acá y no agarrando con todas mis fuerzas la mano de mi amiga, para que no nos separemos entre la horda de gente que corre sin sentido fijo entre la bruma caliente y asfixiante de los gases lacrimógenos. Yo estoy acá y no abrazando a mi sobrino que llora de miedo por las bombas aturdidoras que tira el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) mientras la gente grita afuera “Nos están matando”. Yo estoy acá y no con los vecinos que encararon a los tombos (policías) que entraron a los hogares de la gente a querer apresar a un manifestante que buscaba refugio de lo que podría ser su muerte. Yo estoy acá y no prometiéndole a mi abuelo que no me volví guerrillera, pero que tengo que luchar por un país nuevo, incluso para él a sus 83 años. Yo estoy acá y no con la Primera
Línea que hoy daba talleres públicos para saber cómo aplicar un torniquete a una herida de bala, o cómo tratar una quemadura. Yo estoy acá y no enviándole un mensaje a mi mamá diciendo “Nos están llevando en un camión. Te amo mamá”.
“Es muy fácil hablar a casi siete mil kilómetros de distancia”, dirían algunos, sin gases, sin bombas, sin tombos, sin balas, sin muerte. Puede ser, yo no lo siento fácil, me siento culpable por haber dejado mi país para tener una “mejor vida”... o simplemente una vida.
Lo único que se me ocurre es contarles qué está pasando, pedirles que compartan que hoy hay probablemente más de 40 fallecidos, 80 desaparecidos y cerca de mil casos de abuso policial, incluidos abusos sexuales por parte del ESMAD y la policía. Necesitamos que se sepa en el mundo que están matando y desapareciendo gente y que tanto la policía, el ESMAD y el ejército como grupos paramilitares y civiles armados están arremetiendo contra los manifestantes. El títere Duque debe renunciar de su puesto, no hay nada que pueda cambiar, decidió intentar acallar lo que su pueblo trataba de decirle y ahora el mandato del pueblo es que se vaya del poder.
Cierro los ojos e imagino un mañana en donde nos levantemos de las cenizas, reconstruyamos un país malherido, nos unamos para marcar el rumbo. Nos veo barriendo los escombros, pintando las paredes, curando los corazones y las almas y recordando a todos los que perdimos en la lucha. Porque al final, en medio de tanta desgracia y tristeza, lo más lindo de Colombia es justamente la resistencia de su pueblo.
Fotos: @primeralinecol