MOTA BLANDI: “Era una vida hermosa”

Por Federico Tártara
Foto: Irma Altamiranda
La primera vez que Pablo “Poli” Ronay habló con Mota Blandi fue cuando tenía 18 años, y vivía en Juan José Paso. El máximo empresario textil de la provincia de Buenos Aires y, por qué no, del país, no podía entender porque el joven se negaba a vestir la casaca azul.
-Decime una cosa: ¿Vos sabes sacar una cuenta?, le espetó el gerente.
-Sí, fuí hasta sexto grado, contestó el joven.
-¿Cuánto ganas acá la hora?
-1,50
-Allá vas a ganar 2,75... ¡el triple de lo que ganas acá!
-Si usted quiere yo voy a jugar, pero de ahí… de vuelta a mi casa.
Por esos años GIAT quería armar un equipo competitivo. “Jugaba Bravi en GIAT. Y nos fueron a buscar a Paso, a varios jóvenes. Rula Navarro se vino enseguida”, dice Blandi en la cocina de su casa mientras toma una caja de fósforos y enciende la cocina para unos mates. Parado, es muy alto, y se mueve con soltura. Es clase ´33, y más allá de una molestia que se presenta como un pinche en su pierna, parece que si le tiran una pelota pudiese cabecearla sin ningún problema y convertir, como convirtió siempre. De la memoria ni hablar, recuerda todo a un nivel milimétrico.
En Juan José Paso se había armado para esos años un equipo que con su nombre lo decía todo: Juventud Unida; Luis, como siempre, era 9. Jugaban contra equipos de Capitan Castro, Francisco Magnano, y otros pueblos cercanos que para ese entonces juntaban jugadores con un mínimo esfuerzo. “En una de esas nos invitaron a jugar un amistoso en Beruti, contra la 2da división. Les metimos 6”. Y así comenzó todo.
Durante varios años viajó -cada Domingo- en el colectivo que conducía Añon. Se quedaba a dormir en la casa de Oscar Coronel, que en ese tiempo aún jugaba, y que luego sería uno de sus dirigidos como Director Técnico. “Yo venía y me quedaba en la casa de Oscar, llegué a jugar con Oscar. También con Parrota y Cacho Pedini”, puntualiza. Tanto viaje, no solo era por el fútbol: se puso de novio, y luego se casó, con Susana, el amor de toda su vida.
Sobre el gerente de la fábrica de Grandes Industrias Argentinas de Trenzillas, Poly Ronay, el máximo goleador apunta "si necesitas algo urgente, te sacaba del pozo. El club le interesaba mucho, era como la segunda casa. Siempre con el Tete Buffarini en su Jeep. Era nervioso, se calentaba enseguida. Estaba acostumbrado a tratar con gente, era un tipo fogueado. Imaginate, que en ese tiempo, la fabrica llegó a tener 500 obreros. Funcionaba los 3 turnos. Era espectacular".
“Mi vieja cocía. Lo que ha trabajado esa mujer. Por eso yo no la quería dejar ni un día sola”, recuerda Blandi. Y apunta una reflexión, sobre su infancia, para guardar para siempre: "Nosotros no teníamos que...a gata para subsistir. Era durísimo. No se si era por ignorancia o por si no se sabían interpretar las cosas. Recuerdo que la gente no era...antes se reían si uno pedía para comer. A nadie se le ocurría decir ´toma un cacho de pan´. Las políticas eran radical y conservador. Y esos dos eran los estandartes. No les importaba un carajo si vos estabas ahí tirado. Nos acostumbraron así. Los que menos teníamos nos tuvimos que acostumbrar a lo que hacían ellos. No te daban. No ayudaban a nadie. No los conmovías con nada. Rico era rico, y el pobre re contra pobre”.
Falsas alarmas
Blandi estuvo alrededor de un mes con tremendo miedo en Puerto Belgrano. Le tocó justo la colimba cuando fue el golpe de estado al General Juan Domingo Perón. “En vez de dos años, estuvimos 26 meses. Dejaron la clase vieja, salí recién en Marzo”, recuerda.
“Había mucho miedo de que vengan los aviones de Córdoba”, marca Mota, que para ese entonces era el encargado de pilotear un camión para llevar los alimentos a la guarnición militar. Y, después, con el tiempo pasó a manejar una lavadora de platos. Ya en el hotel. “Entraban de a 36 platos, el agua estaba hirviendo”. “Ahí conocí al cocinero que era de Sporting, y el mozo que era de Central de Punta Alta”.
Un buen día llegó un telegrama a Puerto Belgrano. “Sí podes vení, que este Domingo jugamos, en Beruti, contra Argentino”, y la misiva lleva la firma de los directivos del club GIAT. “Ahí me descubrieron”.
-Pasa Blandi, pasa: ¿Con que eras jugador de Fútbol vos?, dijo el Teniente y Jefe del Hotel.
-Sí, señor, sucede que el club ayuda a mi vieja- macaneó Blandi.
-Mira vos, yo te hubiera llevado acá a Olimpo, y hubieras jugado tranquilamente.
-No, mi Teniente, pasa que no quiero quedar mal con el club.
Más allá del intercambio que despertaba nervios, desde ese día Blandi consiguió los permisos para poder jugar en GIAT. El primer fin de semana ganaron contra Argentino de Trenque Lauquen, y él fue figura. Ronay no lo dudó y lo mandó de vuelta pero con una canasta de elásticos, trencillas, cintas picó, y todos los productos que confeccionaban en la fábrica textil. “Le traigo un presente del gerente de la fábrica. De todo lo que hace la fábrica”, dijo aquella vez.
-¿Mota ahí ya tenias amor por GIAT?
-Seeee, fijate que venía a Capitan Castro en el tren Belgrano. De Punta Alta hasta allá, y ahí me iban a buscar. Yo re contento.
Durante esos años fue circulando entre Bahía Blanca, Punta Alta y Puerto Belgrano, ejerciendo de asistente del Teniente. Cuenta que la casa estaba marcada con una cruz negra, parte de los inicios de la Resistencia Peronista. Otros tiempos.
El gran goleador y campeón
“Cuando estábamos llegando de Trenque Lauquen, por el camino viejo de tierra. Nos estaba esperando la gente en el paso nivel, dimos toda la vuelta por detrás de la vía, y la gente salía afuera a saludarnos. Y de ahí vinimos al club, y se armó una joda. Era un griterío. Fue apoteósico” rememora Mota.
Argentino, el Decano, empatando generaba una nueva chance donde solo dependía de si mismo, ya que le quedaba un partido más. La cancha, la vieja cancha de Argentino, ya estaba loteada para venderla. Es por eso que el campeonato tuvo otro gustito para GIAT de Beruti. “La cancha estaba llena de mujeres. Después se metieron con los jugadores a festejar. Como que la gente se liberaba de tantos años...cómo es la vida, cuántas vueltas que da, Dios mio".
Ahora, Blandi, se detiene un segundo y recita de memoria todo el equipo campeón de 1964. Lo hace de corrido: el arquero, los defensores, la línea media y los cinco delanteros; tal como se jugaba antes. “Era un equipazo. Ellos nos metieron un gol de salida, a los 14 minutos, el Negro Bustos. Mira...fue de no se cuantos metros...el gordo Egozcue debe estar todavía preguntando quién la tiró. Después, en 15 minutos les metimos 3 goles. Una detrás del otro. Y en el segundo tiempo nos hicieron un gol nomás. Y nos mantuvimos. Ese día Larrubia atajó como un desgraciado”, sostiene Mota.
“Con Maceo nos miramos... y solo le tenia que hacer una seña. Nos entendíamos mucho, parecíamos hecho del mismo molde. El venía de Buenos Aires”. Juan Villanueva, también parte del plantel campeón, los cargaban porque ellos eran los que corrían, a lo que Luis contestaba “Hay que estar siempre bien ubicados”.
Sobre el Director Ténico de aquel recordado equipo, dice: “Era un tipo que tenia una pasión. Si le decías ´tenes que cortarte un dedo por un gol´... se lo cortaba. Muy pasional. Oscar era muy de estar tranquilo, y en un santiamén estar sacado de las casillas. Mota recuerda la charla del DT minutos antes de la gran final con Argentino. “Le subió mucho el volumen, y se emocionó. Sucede que eran las palabras que tenian que calar adentro”.
"Cuando salimos campeones tengo 22 goles, es decir 1 gol y pico de promedio por partido. En el 65 fue goleador de vuelta, eran 16 partidos...ocho equipos. Jugué 20 años de 9. A lo último ya estaba saturado. De los entrenamientos. Yo siempre fui alto, patón. Hay una foto que está el arquero...ahí saltaba un montón”
Jugó en GIAT hasta el año 1968. “No quería dejar de jugar al fútbol, pucha sin jugar en Paso. Entonces fui a préstamo. Salíamos campeones en la primer rueda por dos o tres puntos. Y jugabamos la final con Calavera y perdimos. Después volví a GIAT y jugué dos años más. Siempre de 9. Tenía mucha intuición y colocación. Por lo general lo sacaba afuera del área al 2, y me desmarcaba a las puntas. Para cabecear, la verdad que hacía la diferencia ahí".
Fierro, Roacio, Fierro
Roacío se ríe. El viejo Roacio se rié mucho. Conduce el camión marca REO , el viejo camión colea por el camino de tierra rumbo a Las Guasquitas. Los jugadores de GIAT van sentados en dos filas de bancos, y debajo de una “casita” -hecha en la fábrica GIAT y BAT- como una estructura para resguardar, en el viaje, a los pasajeros.
-Fierro Roacio, fierro, grita la monada.
Y el viejo se ríe. Cada tanto hay que salirse del camino y meterse en un campo, para evitar los charcos de agua por las inundaciones. Hay tierra por todos lados, polvo y más polvo. Angel Culasso, y algunos de los que viajan a todos los partidos, van en un pedacito del camión. Apretadísimos.
--Fierro Roacio, fierro, gritan los jugadores.
El viejo le mete duro a una curva, y terminan en un zanjón, todos coloreados con todo el polvo de esos caminos de campo.
-Pero.. Roacio: ¿Por qué doblaste tan ligero?, le pregunta uno de los jugadores.
-Y pa que dicen que metelen... que... metelen, responde el conductor, dejando absortos a dirigentes, jugadores y cuerpo técnico.
Donde crecen las aromas
Una docena de hombres a caballo suben por la loma de la calle que sale de la estación de servicio, del lado de la cancha de GIAT donde está el mástil. Es la hinchada del Club “La Luisa”, toda gente de campo, que intimida, y están preparados para gritar durante todo el partido por su equipo. Es época de sequía y la tierra brota y se convierte en polvillo que nubla la vista, pero no los sentimientos.
La cancha no tiene alambrado olímpico. Unos postes de 1, 20 metros son todo el freno con el que cuentan las hinchadas. Es muy recordado el partido cuando Manuel Carnez, el padre de Jorge “Tenaza” Carnez, -uno de los pocos jugadores que vistió las dos camisetas berutenses- saltó a la cancha a defender a su hijo ante una tremenda patada de un rival.
“Beruti si, Paso no”, cantaba la gente de La Luisa por la gran cantidad de jugadores que el fabriquero tenía de la vecina localidad. Sin embargo, La Luisa llegó a tener 11 jugadores de afuera. “La Luisa nos arruinó un campeonato. Si nosotros ganábamos salíamos campeones, y nos empataron y no pudimos ganar el campeonato. Cuando entró La Luisa en el campeonato ahí se puso bravo. Ahí había una olla a presión...viste...la tapa, rebalsó. Quizás yo lo vivía un poco más tranquilo. Pasa que te sale de adentro, es como que te queres poner ayudar frente a lo que se vive”.
En un tiempo la rivalidad llevó a que tomaran decisiones drásticas. Familias enteras que dejaron de ir- incluso algunos no fueron durante toda la vida- a las sedes del otro club. A los hinchas de la estrella azul, se les decía GIATEROS, y se cuestionaban las parejas que se conformaban con una camiseta de cada lado.
Jorge “Coco” Decimavilla, mecánico de toda la vida, era uno de ellos. Y parece que rompió el pacto cuando no pudo resistirse, y fue a escuchar al salón principal al cantor de D´arienzo, el rey del compas. “Fue con su señora, y se bailó unos tangos. No pudo decir que no, el gordo”, cuenta un testigo de la velada.
La rivalidad entre La Luisa y GIAT duraba de forma intensa quince días antes y quince días después del clásico. “Si nosotros perdíamos, yo capaz que lloraba”, -dice Mota- "De todas maneras, el Lunes estábamos todos juntos en la fábrica, Champonois, Chaintiou, Lito Cavalli, cualquier cantidad de gente, había mucha gente de La Luisa que trabajaba en la fábrica. Había una hinchada que era un lujo, una comisión de mujeres que era para sacarse el sombrero. Todo organizaban ellas. Después de los partidos íbamos al club y se armaban las mesas con comida y bebidas. Era una vida hermosa”.
Así fue Mota, fue todo, tan, pero tan hermoso.