El amor habrá quedado

El tiempo es un mecanismo que jamás se detiene. El tiempo transcurre y no te das cuenta, cada segundo que pasa nunca más volverá.
Si de tiempo hablamos, me quisiera remontar ocho meses atrás, cuando el mundo era otro; cuando las personas se abrazaban y besaban sin parar, cuando las prioridades eran otras, cuando los seres humanos teníamos contacto físico, pero un día todo cambió…
En un país muy lejano, allá por diciembre del año pasado, como por arte de magia un virus se liberó y salió al mundo. Primero los pueblos cercanos a China sufrieron las primeras muertes. Pero este enemigo invisible y muy contagioso no se detuvo. Fue Asia quien sufrió en un principio, luego se traslado a todos los continentes, transformándose en una pandemia.
Europa fue uno de los que más muertes ha tenido. Las grandes potencias mundiales no han podido vencer al enemigo; entonces el coronavirus llegó a la Argentina, país hermoso y solidario en el que vivo. Donde el amor a la vida es más grande que el amor al dinero, si bien hay algunas excepciones, porque no somos perfectos.
El virus nos impide trasladarnos libremente, abrazarnos, besarnos, tocarnos… pero no nos impide amar y ser solidarios. Porque el tocarse, abrazarse, es un plus en el amor, pero igual podemos amarnos a la distancia. El amor y la solidaridad, características excepcionales de los seres humano.
Los médicos y personal sanitario que pasaron noches enteras sin dormir, la policía que patrulla las calles tratando de mantener el orden, la gendarmería que cuida nuestras fronteras en las largas noches de invierno donde su traje verde militar se transforma en un blanco pálido por la nieve de la cordillera, los bomberos que siempre están al pie del cañón ayunado en lo que pueden, mi vecino, el medio hippie, que es un “tiro al aire”, le hace los mandados a Doña María porque ella es un persona de avanzada edad y el virus en ella es letal.
Amor y solidaridad, algo que el virus jamás podrá matar, porque los seres humanos nacemos del amor y ese amor es el que nos hace más fuertes cada vez.
El virus pudo parar un mundo entero pero no pudo frenar el amor, amor que florece en cada rincón de nuestro país, cuando un doctor pasa días enteros sin ver a su familia, para salvar a sus pacientes y llora porque se fue al más allá el de la cama 22. Él tiene las manos agrietadas, como un viejo tronco, por el alcohol en gel, pero eso no importa, porque él va a luchar sin descansar para salvar cada uno de nosotros, y no sólo por su juramento hipocrático, sino por el amor, el amor a su profesión, a su país, a la vida, al amor inmenso que siente por el otro.
Por eso sé, que un buen día, en un futuro no muy lejano, todo esto habrá terminado, y el amor, el amor habrá quedado.