La verdad es lo de menos, dijo Patricia

Si hay un concepto elusivo (difícil de “atrapar” con una definición concluyente) es el de “verdad”, al punto que se ha venido imponiendo la concepción de “verdades relativas” en oposición al de “una absoluta verdad”.
Pero si no podemos definir “qué es la verdad”, tal vez se puedan explicitar un par de aspectos que no deberían estar ausentes, si de “aproximación a la verdad” se trata:
1) Apego a la precisión en la comunicación: tiene más chances de no alejarse tanto de “lo ocurrido” quien intenta, por todos los medios a su alcance (empezando por el uso de un vocabulario “bien nutrido” y una sintaxis “bien trabajada”), transmitir sucesos u opiniones con la menor cantidad de errores (de datos, de contextos) que entren en la categoría de “evitables” si se ha tenido la voluntad de acceder a suficientes fuentes (en cuanto a número y diversidad). Dicho “en criollo”: si a alguien le importa “no errar el vizcachazo”, tendrá mejores chances de no hacerlo (por “tanta distancia”, al menos…).
2) La autocrítica: es decir, la capacidad de analizar dichos y hechos propios, volviendo sobre ellos para desmenuzar hasta qué punto uno pudo haber “efectivamente errado el vizcachazo”, sintiendo eventualmente la molestia de que la conclusión habilite un: “¡Qué bo… (pe…) fui, al hacer (decir) eso!”.
Si una persona tiene un buen nivel de autocrítica y la aspiración de comunicar con precisión lo que ha observado (y lo que opina, en base a fundamentos que se ha tomado el tiempo de sopesar, con el gasto de energía química que ello supone), es menos probable que se desvíe tanto de lo que llamaríamos “una verdad”, “lo cierto”, “lo que pasa en realidad”, etc. Vayamos a un ejemplo: el suicidio del fiscal Alberto Nisman.
Estos días reapareció el tema, de la mano de un ex agente de inteligencia israelí y una periodista que lo entrevistó, la cual habilitó el “vertido” de una nueva fake news sobre esta muerte (factor clave en el triunfo de Cambiemos 2015) . Cualquiera que tenga acceso al expediente, y se tome el “laburo” de desmenuzarlo a fondo, como hizo el abogado y periodista Pablo Duggan para escribir “¿Quién mató a Nisman?” (Editorial Planeta, 2019, 564 páginas), podrá concluir que no hay una sola evidencia que apunte a un homicidio (la pericia trucha de Gendarmería no puede ser tomada seriamente como evidencia de “algo”).
La principal “sospecha” que deberían albergar los adeptos a la teoría del magnicidio es que la investigación judicial, a cargo de un juez tan cercano a las corporaciones antikirchneristas como es Julián Ercolini, no ha avanzado un milímetro aun cuando tuvo tiempo de sobra y funcionarios políticos macristas (con Garavano/Mahiques a la cabeza) que estaban dispuestos a alentarlo y facilitarle “lo que necesitara” (ni va a avanzar nunca, porque Ercolini sabe perfectamente que si fuera en busca de “la verdad” se encontraría con el suicidio como causa de muerte).
Pero allí estuvieron Patricia Bullrich y otros dirigentes PRO cautivando audiencias con hipótesis como “la del piolín” (Bullrich vio una serie sobre la mafia rusa, y cómo jalando de un hilito, sicarios asesinaban a una persona que luego se presentaba “suicidada”; tal vez, para ampliar la mirada, “Pato” debió mirar además alguna serie sobre la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa a la que perteneció, ¿o pertenece?, el clan Macri).
Cito el “caso Nisman” y los delirios de Patricia Bullrich, porque esta dirigente es el paradigma de lo que no se debe hacer “para acercarse a la verdad”. Las imprecisiones y la falta de autocrítica casi absoluta de la actual presidenta del PRO la colocan a años-luz de distancia de “lo cierto” en muchos temas que aborda, y esto constituye una tragedia para el sistema democrático argentino (que quien encabeza uno de los principales partidos de la oposición, luego de estar cuatro años en el Gobierno nacional, no tenga el menor interés por comunicar con precisión aquello que surge del cotejo de las diversas fuentes de información, y que a su vez carezca de la posibilidad de “rebobinar”, decirse a sí misma y reconocerlo ante los ciudadanos: “Me equivoqué en ésta…”).
Si se tratara de una persona, por más que sea quien encabeza un partido político con aspiraciones de poder, no sería tan grave. Pero Patricia Bullrich expresa fielmente los postulados de la agrupación política que fundó Mauricio Macri: “El márketing lo es todo, la verdad (aunque sea la más relativa) no “garpa”.
Baste recordar que Macri (exitoso en el contrabando de autopartes, no condenado por una prescripción “regalada” por la Corte menemista del Comisario Julio Nazareno) y Cía. (un conjunto de empresarios exitosos en la evasión de obligaciones fiscales, siempre atentos a que el Estado sea lo más “bobo” posible, para socializar pérdidas y privatizar ganancias) se presentaron como los paladines de la transparencia y el respeto por las instituciones de la República…
Ahora, en esa saga de imprecisiones y “autocrítica 0” salen a batir el parche por Vicentín, tratando de defender a los indefendibles: empresarios como Sergio Nardelli y funcionarios como Javier González Fraga que tienen muchísimo que explicar ante la Justicia (y poquísimos argumentos, en el caso del segundo, para sostener una política de entrega del patrimonio crediticio del Banco Nación). Diga que en principio a Nardelli y González Fraga les “tocaron” Pollicita (como fiscal) y Ercolini (como juez), lo cual les deja aunque sea una mínima esperanza de “zafar”, pues con cualesquiera otros Fiscales y Jueces su destino “cantado” sería Ezeiza (pero no para “despegar”…).
Volviendo al principio: seguramente “La verdad” está vedada a los mortales, pero no alejarnos tanto de ella es una posibilidad. Intentar ser precisos y autocríticos representa una chance válida para no caer en la trampa de “los piolines de Bullrich” o que “Vicentín es lo nuestro” (un detalle no menor es que esa precisión y autocrítica se dificultan bastante si uno se informa por medios de probada trayectoria antidemocrática, como los del “Grupo Clarín” o el diario “La Nación”, partidarios de toda dictadura que haya intentado “achicar el Estado para agrandar La Nación”… ¡Ah, claro, ahora me doy cuenta: no era agrandar el país, sino la fortuna familiar de los empresarios de estos medios! ¡Qué chambón, cómo me equivoqué con el sonido ambiguo de esa frase fundacional de la dictadura genocida de Videla y Martínez de Hoz, siempre se aprende “algo nuevo”!).