Tan humanas como míticas

¿Quién imagina, desde afuera,
lo que sintieron
ante la desaparición de sus hijxs?
¿Quién calibra en su justa dimensión
la desesperada esperanza de verlos,
antes de morir? (tenemos la ilusión
de que Elena se haya ido
del brazo de Rodolfo,
tal vez ocurrió
en ese torbellino de recuerdos y anhelos
que se ordenan en los instantes últimos
de la existencia).
¿Quién iguala
la inédita transformación
de estas amas de casa,
muchas de talante tradicionalista y conservador,
que hace 43 años
se fundaron como pioneras del desafío
a los asesinos genocidas?
¿Quién que no haya
salido a las calles y las Plazas
una, diez, cien, miles de veces,
puede reclamarles más coherencia
en el compromiso
con una Humanidad fraterna y solidaria?
¿Quién,
desde las trincheras de la violencia
que inevitablemente genera
la defensa de privilegios,
está en condiciones de encontrarles
defectos o corrupciones
que igualen o superen a los propios?
Cuando hubo que enfrentar
a las bestias montadas
en Falcon verdes,
supieron estar.
Cuando hubo que ponerse
como última barrera
entre las bestias montadas a caballo
y los trabajadores,
en un ya lejano diciembre de 2001,
también estuvieron ellas.
Serenas y exaltadas,
tiernas y endurecidas,
delicadas y avasallantes,
frágiles e indestructibles,
persuasivas e imperiosas,
infalibles y contradictorias,
tan humanas como míticas.
El 30 de abril,
el 1° de mayo,
cualquier día del año en realidad,
vale decirles,
porque es justo y necesario,
con agradecimiento y orgullo (de que sean “nuestras”,
un ejemplo que la República Argentina
brinda desinteresadamente al mundo entero):
¡MADRES DE LA PLAZA, el pueblo trabajador las abraza!