Una resistencia improvisada por pura fraternidad

Por Pablo Carabelli / Fotos: Sofía Basselli
Mediodía en la Plaza San Martín: muy pocos vecinos transitando, nadie habitando el espacio público. Salvo la profe ya jubilada, con sus ensortijados cabellos que sobresalían por encima de la duda: ¿Empieza o no?
Doce y cinco: un auto negro, apodado “El Rayo”, veterano de muchas movilizaciones a las que aportó el espacio del asiento de atrás (nunca el baúl) para transportar las pancartas, queda estacionado a mitad de la calle San Martín. Cada vez que se deben subir al Rayo, o bajar de éste, las trece pancartas (foto, nombre, lugar y fecha de desaparición), transportándolas hacia y desde el monumento central, se puede empezar a dimensionar la escala del genocidio.
Doce y diez: padre e hija llegan, ella con la cámara de fotos que será una extensión de su mano durante toda la tarde, él con su pelo canoso de siempre y la voluntad de seguir contribuyendo a la Memoria más allá de nuevas responsabilidades y preocupaciones.
Doce y media: empieza la Ronda con un par de pancartas, así que el homenaje a los trenquelauquenses desaparecidos se hará como si fueran “dúos” que empiezan a resonar con el movimiento de los pasos, lentos y convencidos.
Trece horas: llega una estudiante de Periodismo, que cuando iba para su hogar se acordó, de repente, de la Marcha, y no dudó en acercarse un ratito a la Plaza, para rondar con una pancarta y compartir unos mates amargos (a la sombra, porque el Sol ya se hacía sentir). Su actitud, se le reconoce, no es la “típica”, que consistiría en poner alguna excusa y seguir de largo.
Trece y pico: se acerca otra docente jubilada, no casualmente referente en su momento del SUTEBA, el sindicato docente que ha ejercido la Memoria como ningún otro. Había avisado que podía estar un par de horas, y la verdad es que cuando agarró una pancarta, protegida por un gorrito Piluso de la insolación, no paró (sólo se detuvo para cambiar de pancarta, la manera que a esa hora permitía ir mostrando a los escasos transeúntes que las víctimas del genocidio argentino son muchas, aun en un solo distrito del interior de la provincia de Buenos Aires).
Cada tanto, el pequeño y viejo megáfono de la Comisión (que increíblemente otras instituciones piden prestado, dos por tres) se hacía oír, y parecía haber redoblado su potencia para la ocasión, porque se veía que a la distancia más de uno atendía al sonido.
Pegadas en el monumento, entre las estatuas del frente, dos fotos (sacadas con la maestría y el ojo sabio de Hugo Tiseira) homenajeaban a “nuestras Madres”. En una se veía a Elena Taybo, con pañuelo blanco, bajo la lluvia en la Plaza de la Memoria, la mirada perdida por encima de la mirada lúcida de Rodolfo en la pancarta que le servía de apoyo a su mamá. En la otra, también con pañuelo blanco, Lidia Huarte (la mamá de Riki) y Mery López (la mamá de Ricardo Sangla) juntas en un Acto realizado en el C.U.T.L. (Centro Universitario de Trenque Lauquen en La Plata).
Algunos se iban, otros llegaban para tomar la posta: madre (¡otra docente jubilada!) e hija (docente en ejercicio), ambas “veteranas” participantes de Marchas y Actos organizados por la Comisión por los DDHH, en los que más de una vez desplegaron sus voces exquisitas para llenar de musicalidad el recuerdo. Las dos tardaron pocos segundos en tomar sendas pancartas y sumarse a la Marcha / Ronda.
También se acercaron varias mujeres y algún varón militantes de un partido político que, paradójicamente, en su momento fue el único en negarse a integrar el primer Organismo de DDHH local, presidido entre 1984 y 1994 por Elena (siempre que recuerda la negativa del referente de este partido, la mamá de Rodolfo Pettiná actualiza el enojo con esa decisión). Pero ahora ese partido político es casi siempre el único que está presente orgánicamente en Marchas por Memoria, Verdad y Justicia (¡Este sí que es un cambio positivo!).
No faltaron laburantes enrolados en uno de los gremios combativos de nuestro distrito, que seguramente por primera vez portaron pancartas alrededor del monumento al Libertador.
El megáfono recordó insistentemente a las víctimas de la violencia institucional, aludidas en general (¿Cuántas son, cómo saber el nombre de todxs?) a través de una bandera que pide Justicia por ellas (si el Estado las mató, ¿quién reclama ante el Estado por estas personas, además de sus familias que generalmente son de las más humildes de la sociedad?).
Como desde 2006 (no desde 2017, cuando algunos empezaron a recordar que había existido), a través de otra bandera nos preguntamos ¿Y JULIO LÓPEZ?
Muy cerca, las representaciones tridimensionales de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel (un niño se sentó al lado de la figura de Santiago, que porta un cartel con la frase “Sigo estando junto a los que no tienen voz”, y pareció estar hablándole durante varios minutos mientras saboreaba un chupetín). Rafita lleva en sus manos otro cartel: “Sigo presente en la lucha por los territorios junto con mis hermanos mapuches”. Y es verdad, ahí está Rafael Nahuel como un símbolo de la resistencia ancestral ante la expoliación de los Lewis, los Benetton y los Macri.
La hija del canoso defensor de los DDHH, es decir la fotógrafa “oficial” de esta Marcha de la Resistencia en Trenque Lauquen, dijo que no estábamos nombrando a Luciano Arruga. Tenía razón, y Luciano fue sumado a la lista. Como también Rodolfo Orellana y Marcos Soria, militantes de la CTEP asesinados por balas de plomo que se sospechan partieron, respectivamente, de armas reglamentarias de policías bonaerenses y cordobeses.
A media tarde apareció otra docente, que asiduamente participa con sus alumnos del Proyecto Jóvenes por la Memoria. Ella fue quien posibilitó que esta Marcha tuviera lugar. Sin su entusiasmo y diligencia no hubiéramos pasado de la intención de acompañar a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, en su convocatoria “al pueblo argentino”.
No podía faltar el repudio al nuevo reglamento de Bullrich, que habilita a las fuerzas federales de seguridad a disparar “como venga” (sin voz de alto, por la espalda, ante el menor “movimiento sospechoso”). ¿Sabrá Bullrich lo que opina el Jefe de la Policía de la provincia de La Pampa, Roberto Ayala, que entre otras críticas expresó: “No enseñamos a nuestros policías a matar por la espalda”? ¿O lo que dijo Santiago Cantón, Secretario de DDHH bonaerense: “Los líderes políticos deberían ser receptivos de los principios éticos y no dejarse llevar por las encuestas”? Lo sabe y no le importa, porque Patricia Bullrich es cualquier cosa menos un “líder político”.
Las sombras fueron rodeando todo el monumento, y para las diecinueve horas se pudieron portar simultáneamente las trece pancartas, y delante de ellas el cartel que grita “30.000 DESAPARECIDOS: ¡PRESENTE!”. Más manos, más voces, más sonrisas, una camaradería ampliada, y de tanto en tanto el megáfono repitiendo como una letanía: “Estamos acompañando la trigésimo octava Marcha de la Resistencia en Plaza de Mayo. La primera la protagonizaron las Madres en 1981, en las barbas de los dictadores. Al principio la Marcha duraba 24 horas, pero con el correr de las décadas, y estando las Madres con muchos años encima, se redujo a ocho horas…”.
Las últimas vueltas sirvieron para reiterar que están presentes Olga Robles, Héctor Manazzi, Ricardo Sangla, Rodolfo Pettiná, Riki Frank, Yoyi Martínez, Titín Mirabelli, Dina Nardone (novia de Titín), Alicia Cabrera, Susana Larrubia, Nora Larrubia, Poroto Changazzo, Oscar Changazzo, José Changazzo, “El Mono” Suárez (de Juan José Paso), Carlos Corona y Hugo Medrano (de Tres Lomas), Julio López, y los 30.000…
Un aplauso cerró poco menos de quinientos minutos de Marcha casi ininterrumpida. La sensación compartida fue de “algo significativo”, que se gestó literalmente de un día para otro, cuando la lógica y el sentido común dictaban que “no se podía improvisar una Marcha de ocho horas en menos de 24 horas”. Se dijo que había sido posible porque en Trenque Lauquen existe “masa crítica” para ejercer la Memoria, reclamando Verdad y Justicia para todas las víctimas de la violencia estatal. “Masa crítica” que por supuesto no implica miles, tampoco cientos. Hay aquí un puñado de personas capaces de juntarse y generar un hecho político cuya densidad cívica es significativa, porque ciertas convicciones compartidas les permiten marchar con alegría, exponerse a la mirada del resto (muchas veces indiferente, otras tanta irónica) sin que haga mella en la voluntad de llevar por lo alto una pancarta, una bandera, un grito de ¡PRESENTES, AHORA y SIEMPRE! que contribuye a edificar una humanidad más fraterna.
Veinte horas, diez minutos: las fotos de Elena, Lidia y Mery, nuestras Madres de la Plaza, son las últimas en descolgarse. Por ellas tanto como por sus hijos desaparecidos marchamos.
Veinte horas, quince minutos: con los pies cansados pero con el ánimo fortalecido volvemos con pancartas y banderas a “El Rayo Negro”, que por más modelo 1990 que sea sigue transportando Memoria desde la Biblioteca Osvaldo Bayer a las Plazas, ida, o desde las Plazas a la Bayer, vuelta.