Adios Miki

Secciones - Especiales 23 de septiembre de 2018 Por Federico Tártara
Una historia de despedida, y de como nos relacionamos buscando amor, y también cuesta olvidar las duras -terribles- pérdidas.
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Por Federico Tártara / Relato. 

Hace como tres o cuatro años atrás no tuve más remedio que charlar con una persona, aunque no tuviese ganas. Era todas las noches, en horarios específicos y medio que la ayuda era mutua. Fueron años raros, pero creo que sirvieron para templar los dolores. El hombre era parecido a Mickey Rourke aunque con 15 o 20 años más. Bueno, sucede que Mickey al principio me medía y yo, obvio, también. Las charlas se daban mal, apretadas sin oxígeno y, encima, el silencio nos aturdía.

Al otro día de vernos, comencé conversando por el fútbol y el clima, Mickey se esforzaba pero las palabras seguían sonando mal, daban vueltas en círculos y, entonces, deseché esos temas para intentar pegar otros. Con el tiempo, logramos un punto medio parejo y acordamos sin decirlo dos temas centrales y donde los dos nos movíamos bien: "viajes" y ese especie de “¡que hiciste el fin de semana?”.

En este último tema, Mickey exageraba mucho: largas sobremesas con delincuentes regadas con botellones de tinto y el personaje probando armas de distinto calibre y tamaño. No lo interrumpía, pues entendía que el buen hombre estaba echando a rodar un necesario espacio creativo. Entonces ahí, ya con eso los roles quedaron claros: Mickey hablaría de ahora en más y quien esto escribe se dedicaría, de ahora en más: a escuchar: había quedado todo más que claro.

El punto central de todo esto era que ninguno sabía cuánto iba a durar esto de tener que vernos las caras todos los días. Entonces se podía patear el tablero una y otra vez. Era mágico. 

Nos volvimos a cansar de los temas y no tuvimos mejor idea que hablar de la actualidad política y económica. Respeto, pero diferencias abismales. Quedamos en silencio nuevamente por varías días: ya no hubo mate, y aparecían excusas varias por la falta de yerba y agua caliente. Pero no había forma de evadirse. Cuando la pelea por aburrimiento parecía inminente, Mickey me hizo un favor de dinero, y al otro día le lleve un vino y se le dí enfrente de otra gente.

-Tomá por la buena onda de ayer. 

El hecho fue fuerte, ni el mismo se reconocía en el hecho. El hombre mayor y pacato, ahora canchero hacía chistes y movía para todos lados con la ironía, lo seguía, me seguía, íbamos tirando paredes, dos buenos socios dispuestos a exprimir el lenguaje, la lengua y la literatura. 

Pero todo se termina. Un día vino serio y triste, destrozado. No recuerdo bien cómo comenzó el relato, pero hablo solo, no lo interrumpí. Hablaba desde el fondo de su alma y de corrido, como si yo supiese el contexto y no haya nadita que aclarar. Ese día estaba máldito.  

- Mi viejo mal. Ya habían pasado 8 meses, y los médicos lo mandan a mi casa. Yo le daba una pastilla con el mate a la mañana. Hola viejito, ahora te hago un mate y te tomas la pastilla. Dale viejito que vos te bancaste todas. No aflojes. Bueno, una mañana, como te decía...no para, no fue así: tres días antes lo soñé. Entonces cuando entre a la cocina estaba todo temblando y no sabía si hacer mate, pegar el grito o ir hasta la habitación. Medio que hice todo junto, y si recuerdo que lo vi en la cama todo tapadito. Se le escapaba una sonrisa. Lo mire y le repetí, como siempre: viejito, ahora te hago un mate y tomas la pastilla. Y pegue media vuelta. Volví a la cocina, me tomé uno, y corrí la cortina buscando, esperando. Escuche el golpe seco y fuerte, y lo sentí en mi cuerpo: me atravesó como un puñal. Revolee el mate y fui corriendo. Ahí estaba el viejito. Hasta acá flaco, no me rompas las bolas te cuento hasta acá. No me rompas las bolas con tus preguntas, y los detalles. 

Mickey se largo a llorar, en un trance vomitivo. Yo confirme lo que venía sospechando: todo esos largos meses...en realidad alguien me puso ahí para que solo escuche el relato de la muerte del padre de Mickey. Y ahora, yo también me sentía libre. Al otro día no vino. Tampoco pregunte más, no era necesario. No se qué será de su vida. Adiós, Miki.